Segunda ronda de exámenes 2021. Reflexiones.
Terminamos la siguiente roda de exámenes infantiles de nuestra escuela. Todos los años, realizamos dos pruebas de examen en la que se presentan diferentes alumnos que han terminado sus correspondientes bloques de aprendizaje y quieren pasar al siguiente nivel de práctica.
Los exámenes, como muchos otros elementos de la formación, tienen un componente de gran utilidad para nuestros alumnos y, también, para el profesorado. Son una gran ocasión para acentuar el momento formativo. Un momento en el que la receptividad de los alumnos a las indicaciones, a los detalles y a cualquier corrección que se haga, produce un impacto mucho mayor que durante toda la fase formativa previa.
En esta ocasión, la atención al detalle y a la corrección técnica ha sido aún mayor con la resaca aún viva del evento del sábado pasado , en el que, además de las cualidades y las habilidades para la práctica, también se trabajaron las bases y fundamentos técnicos del arte.
Maravillarse de la capacidad de aprendizaje y de integración de conocimientos del alumnado infantil se ha convertido ya en una constante año tras año. Para la escuela en su conjunto, y para mí como profesor, es un momento trascendental de confirmación de mi obsesión personal por la enseñanza del arte, por transmitir lo aprendido y comprendido y por seguir solucionando cuestiones personales reflejadas en el espejo de un alumnado cada vez mejor en todos los sentidos.
La voluntad de trabajo, la determinación por aprender aquello para lo que vienen, el humor y seriedad combinados en un momento sin precedentes a lo largo del curso, convierten el día de exámenes en una fiesta personal para mí y en un recuerdo imborrable para ellos y ellas.
Aún recuerdo con cierta ansiedad algunos de mis exámenes y sigo pensando cómo mejorar nuestra fórmula de revisar el trabajo realizado por nuestros alumnos. Cómo convertir algo angustioso en algo que sea una celebración de lo conocido, un instante en el que se abre una nueva puerta con miles de nuevos aprendizajes que abordar.
Es penoso que no seamos capaces de hacer esto en otros ámbitos. Que nuestros pequeños vayan atemorizados a los exámenes en los que todo parece más una crítica que lo que verdaderamente deberían ser: una herramienta para perfilar la acción docente, para aclarar los déficits que necesitan más trabajo del profesor y más conciencia del alumno.
La prueba de examen es un momento en el que docente y discente se comunican a un nivel emocional mucho más intenso, con más sentimiento de responsabilidad por ambas partes y con una convicción absoluta por ambos de la utilidad de un momento tan representativo del esfuerzo, el trabajo y la determinación que mostramos por aprender y crecer.
En nuestros exámenes de este año hemos puesto de manifiesto muchos de los aspectos que comentábamos en nuestro podcast sobre los grados en el Wushu. La enseñanza es una constante, es una construcción personal guiada en la que el alumno y el profesor colaboran a la hora de articular el conocimiento, el canal de comunicación, las bases necesarias para comprender e interiorizar la materia y, sobre todo, las fórmulas correctas para realizar todo este proceso en armonía, seguridad, disfrute e ilusión.
Y para lograr esto, es también fundamental que asumamos que los grados para los que se examinan nuestros hijos e hijas son grados de crecimiento a través del arte, no solo aprendizaje de contenidos técnicos o de desarrollo de cualidades y habilidades. Se trata de crecimiento humano en estado puro.
Los grados del nivel no significan nada si no van acompañados de la palabra «humano». Nuestros pequeños son grandes personas que aprenden y desarrollan las propuestas a diferentes ritmos, intensidades, profundidades y velocidades. Pero ante todo, son grandes seres humanos con capacidad para entender su posición en un magma de personas individuales que tienen derechos, que necesitan interactuar de forma pacífica y ser capaces de admirar a sus semejantes cuando hacen gala de virtudes que ellos y ellas desearían tener.
Si hay algo que he aprendido en estos años de estudio y práctica marcial, sin lugar a duda, es que caminamos a hombros de gigantes, pero que también estamos rodeados de ellos. Algunos ocultos, otros prudentemente discretos, algunos populares y otros en niveles difícilmente alcanzables. Todos estos grandes seres humanos son nuestras luces, nuestros faros en un camino plagado de incertidumbres, de complicaciones y de momentos que no desearíamos.
Admirar a nuestros semejantes es una forma de amor, es una forma de amar lo que hacemos y de sentir que alguien ha conseguido hacer algo que nosotros mismos pretendemos hacer, algo que nos debería empujar a seguir intentándolo porque tenemos la prueba directa de que puede hacerse.
El grado que pasamos es el grado de la claridad, de transformar oscuridades en reflejos luminosos que seguir en nuestros compañeros, en nuestros profesores, en nuestras familias y en la vida en general. Se trata de construir una actitud, peldaño a peldaño, para ascender por la vía de la excelencia que nos corresponde como grupo que asume su responsabilidad frente a la vida.
Este crecimiento, esta madurez, queda manifestada cada vez que hacemos una ronda de exámenes en la que vemos que los que ya eran fantásticas personas lo son aún más. Que los que mantenían viva su ilusión, con un fuego que creíamos imposible superar, son capaces de aumentar su brillo para los nuevos territorios desconocidos a los que se aproximan.
Ser testigos de este proceso es un regalo que nos llega del cielo y de las familias que depositan su confianza en nuestra escuela. Que nos ceden el testigo formativo en aspectos tan importantes como el cultivo del carácter, la aceptación de los valores humanos, el desarrollo de la cultura del esfuerzo y la exploración de nuestra sincera realidad sin interferencias.
¿Hasta dónde podríamos llegar si mantuviésemos la pureza y claridad de pensamiento de un niño? Esta pregunta que siempre me ronda la cabeza se responde sola siempre que veo lo que hacemos en nuestra práctica; siempre que nos depuramos antes de entrar en una sesión infantil para no mancillar con nuestros problemas a estos corazones puros y llenos de vitalidad, ilusión y sinceridad.
Somos afortunados de dedicarnos a ellos, de contar con las familias que comprenden este trabajo y de hacerlo sobre una matriz artística que se pierde en el tiempo y en el espacio. Caminamos a hombros de gigantes y en esta semana hemos navegado junto a pequeños gigantes que nos enseñan con cada gesto, con cada palabra, con cada mirada sincera, que los adultos podemos llegar a ser como ellos si nos lo proponemos y que el pase de grado es una forma de ver cómo se aproximan a nuestro nivel técnico personas que nos superan en los niveles de pureza que pretendemos al final de nuestra ruta.
Por todos estos motivos, os damos la enhorabuena a los aprobados, a los que esperan, a los que planifican sus próximos exámenes y a todos los que somos actores y espectadores del maravilloso espectáculo que cada año nos regalan estos pequeños gigantes en su día del examen.
A todos y a todas nuestra más sincera gratitud por vuestro esfuerzos y por enseñarnos a no olvidar cómo podemos ser como vosotros.
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